Hablar de
"El Yo en los estantes"
supone establecer, de
antemano, un doble campo de lectura y de interpretación (si es que existe una
diferencia entre estos dos actos íntimos). Ya desde el título nos interpela
desde esta doble función, dialéctica, entre el componente abstracto del "Yo" y el concreto, palpable,
de "los estantes".
Desde el vamos, sin rodeos, María
Inés Arce nos propone un Yo narrador/Yo lírico acorde con ese lustroso título: "Buscábamos la otredad",
arranca el primer verso del primer poema. Nos anuncia, así, una plataforma
posible desde dónde leer el libro. Ese "Yo"
fuerte, personalísimo, propone, constantemente, una mirada particular e
inquietante sobre las cosas y sobre sí mismo. Todo es materia de su interés,
nos plantea dilemas allí donde acaso no los sospechábamos. Dilemas a veces del
orden aparentemente retórico ("el
amo no ama/ él no viene amando desde/ siglos"); a veces del orden
moral ("se altera el equilibrio
entre deseos y represiones/ ¿cómo
buscar una estética?").
Este Yo (único, universal) es el
verdadero protagonista del libro, es el Virgilio que nos pasea (a nosotros,
Dantes repentinos) por las diversas partes de su propio mundo, que pasa a ser
instantáneamente, instintivamente, el nuestro. Este Yo es complejo,
contradictorio, y eso lo hace visible, querible. De arquitectura casi
hegeliana, construye hermosas tesis convincentes; para luego proponer su
perfecta antítesis; y finalmente arriesgar una síntesis que las concilie ante
nuestros ojos.
Donde brilla ese devenir es en su
tema dilecto, que es (a qué dudarlo) la palabra. Más aún: la escritura. Su fe
es poderosa: "El sueño nos anunció
el poema", nos dice; "Si no
tuviera nombre/ creería que no existo", confiesa. A veces, esa fe
parece decaer: "Con esta forma/ o
con otra/ escribir es escribir para el silencio" (...) "Basta escribir/ para no escribir
nada". Otras, ensaya realidades intermedias: "Se escribe tormenta arriba" o "Todavía hay esperanza de una nueva lengua".
"El que nomina, domina", escribió vistosamente Pierre
Bordieu. Y allí encontramos otra clave de lectura de "El Yo en los estantes": el conflicto. Ese Yo, belicoso,
pendenciero, lucha. ¿Contra qué? Contra sus dudas, contra su propio elemento,
contra sí mismo: "Si no existiera
esa palabra/ que denota mi existencia en un archivo/ creería que mi angustia/
no me pertenece". Quiere decir, decirse para definirse, superarse. Y
el consecuente interrogante: la ubicación de ese "Yo" en "los
estantes", ¿es una circunstancia feliz o infeliz? ¿triste o
victoriosa? ¿prosaica o absurda, levemente inquietante?
Leer un libro comporta el diálogo
interno con todas nuestras lecturas previas. A veces, en los casos más felices,
sentimos que esas lecturas confluyen, en un solo verso epifánico, con las del
autor. Entonces es cuando nos ocurre eso que Borges denominó "el hecho estético".
Personalmente, "El Yo en los estantes" me
remitió instantáneamente al luminoso texto "Desembalo
mi biblioteca. Un discurso sobre el coleccionismo", de Walter
Benjamin, sobre todo a las oraciones iniciales: "Desembalo mi biblioteca. Si. No están aún en los estantes, no han
sido tocados aún por el moderado tedio del orden". Esa leve
intertextualidad fue el índice (uno de los índices) de mi lectura/interpretación.
Por ello, al llegar al segundo poema de la Parte IV del libro, al leer: "Voy a arreglar mi armario a acomodar/
a establecer un orden y casi una disciplina" es cuando me ocurre el
hecho estético, lo que podríamos llamar la felicidad literaria, cuando siento o
sospecho que esos dos mundos ajenos e invisibles (el de autor y lector) pueden
tocarse, se tocan. Y estos versos lo refrendan, emocionantes: "Temperatura en descenso y siento/ el
placer y el dolor de la exactitud".
Quien se aventure a las páginas de
"El Yo en los estantes"
navegará por todo eso que define a ese Yo, a un Yo, a todos los Yo, pero que
puede sintetizarse en un solo y vibrante elemento: las pasiones. "Toda pasión limita con lo
caótico", dice Benjamin en el texto citado. María Inés Arce nos lleva,
sonoramente, a través de ese mundo dialéctico, ese ordenado caos: "Melancólica nostalgia triste/ quién
puede discutirme esta/ selección léxica", nos apura.
Nosotros, lectores agradecidos,
preferimos no discutir. Preferimos dejarnos llevar hasta ese verso que nos
ilumine y nos duela de felicidad.
Diego Reis, Villa La Angostura,
Invierno 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario