viernes, 9 de septiembre de 2016

Prólogo: "El Yo en los Estantes": Tratado de las Pasiones y Afines

Hablar de "El Yo en los estantes" supone establecer, de antemano, un doble campo de lectura y de interpretación (si es que existe una diferencia entre estos dos actos íntimos). Ya desde el título nos interpela desde esta doble función, dialéctica, entre el componente abstracto del "Yo" y el concreto, palpable, de "los estantes".
Desde el vamos, sin rodeos, María Inés Arce nos propone un Yo narrador/Yo lírico acorde con ese lustroso título: "Buscábamos la otredad", arranca el primer verso del primer poema. Nos anuncia, así, una plataforma posible desde dónde leer el libro. Ese "Yo" fuerte, personalísimo, propone, constantemente, una mirada particular e inquietante sobre las cosas y sobre sí mismo. Todo es materia de su interés, nos plantea dilemas allí donde acaso no los sospechábamos. Dilemas a veces del orden aparentemente retórico ("el amo no ama/ él no viene amando desde/ siglos"); a veces del orden moral ("se altera el equilibrio entre deseos y represiones/ ¿cómo buscar una estética?").
Este Yo (único, universal) es el verdadero protagonista del libro, es el Virgilio que nos pasea (a nosotros, Dantes repentinos) por las diversas partes de su propio mundo, que pasa a ser instantáneamente, instintivamente, el nuestro. Este Yo es complejo, contradictorio, y eso lo hace visible, querible. De arquitectura casi hegeliana, construye hermosas tesis convincentes; para luego proponer su perfecta antítesis; y finalmente arriesgar una síntesis que las concilie ante nuestros ojos.
Donde brilla ese devenir es en su tema dilecto, que es (a qué dudarlo) la palabra. Más aún: la escritura. Su fe es poderosa: "El sueño nos anunció el poema", nos dice; "Si no tuviera nombre/ creería que no existo", confiesa. A veces, esa fe parece decaer: "Con esta forma/ o con otra/ escribir es escribir para el silencio" (...) "Basta escribir/ para no escribir nada". Otras, ensaya realidades intermedias: "Se escribe tormenta arriba" o "Todavía hay esperanza de una nueva lengua".
"El que nomina, domina", escribió vistosamente Pierre Bordieu. Y allí encontramos otra clave de lectura de "El Yo en los estantes": el conflicto. Ese Yo, belicoso, pendenciero, lucha. ¿Contra qué? Contra sus dudas, contra su propio elemento, contra sí mismo: "Si no existiera esa palabra/ que denota mi existencia en un archivo/ creería que mi angustia/ no me pertenece". Quiere decir, decirse para definirse, superarse. Y el consecuente interrogante: la ubicación de ese "Yo" en "los estantes", ¿es una circunstancia feliz o infeliz? ¿triste o victoriosa? ¿prosaica o absurda, levemente inquietante?
Leer un libro comporta el diálogo interno con todas nuestras lecturas previas. A veces, en los casos más felices, sentimos que esas lecturas confluyen, en un solo verso epifánico, con las del autor. Entonces es cuando nos ocurre eso que Borges denominó "el hecho estético".
Personalmente, "El Yo en los estantes" me remitió instantáneamente al luminoso texto "Desembalo mi biblioteca. Un discurso sobre el coleccionismo", de Walter Benjamin, sobre todo a las oraciones iniciales: "Desembalo mi biblioteca. Si. No están aún en los estantes, no han sido tocados aún por el moderado tedio del orden". Esa leve intertextualidad fue el índice (uno de los índices) de mi lectura/interpretación. Por ello, al llegar al segundo poema de la Parte IV del libro, al leer: "Voy a arreglar mi armario a acomodar/ a establecer un orden y casi una disciplina" es cuando me ocurre el hecho estético, lo que podríamos llamar la felicidad literaria, cuando siento o sospecho que esos dos mundos ajenos e invisibles (el de autor y lector) pueden tocarse, se tocan. Y estos versos lo refrendan, emocionantes: "Temperatura en descenso y siento/ el placer y el dolor de la exactitud".
Quien se aventure a las páginas de "El Yo en los estantes" navegará por todo eso que define a ese Yo, a un Yo, a todos los Yo, pero que puede sintetizarse en un solo y vibrante elemento: las pasiones. "Toda pasión limita con lo caótico", dice Benjamin en el texto citado. María Inés Arce nos lleva, sonoramente, a través de ese mundo dialéctico, ese ordenado caos: "Melancólica nostalgia triste/ quién puede discutirme esta/ selección léxica", nos apura.
Nosotros, lectores agradecidos, preferimos no discutir. Preferimos dejarnos llevar hasta ese verso que nos ilumine y nos duela de felicidad.

Diego Reis, Villa La Angostura, Invierno 2015

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